Conociendo el Jumping Clay

Hace unos días fue mi cumpleaños. Como tengo a mis padres, hermana, primos y tíos lejos, lo celebramos el fin de semana en Madrid. Además, hice coincidir mi visita con la feria Creativa, en la que encontré cientos de motivos para autorregalarme: unos cuantos rollos de whasi tape -es una auténtica adicción-, troqueles para la Big Shot, perforadoras varias, colección de papeles, algunas telas caprichosas, sellos de Aladine que estaban tirados de precio, transferibles... en fin, que me quedé sola comprando.

Para rematar este baño escrapero, todos los regalos que recibí los utilizaré en breve en los cientos de proyectos que tengo en mente: más whasi tape, más troqueladoras, unos cuantos sellos más, adornos varios, FIMO para hacer decoraciones y unos deliciosos moldes de silicona para cocinar bollitos con rostro de animal.

Pero con el fin de semana no acabó todo. Mis chicos me obsequiaron el mismo día de mi cumpleaños con un taller familiar de Jumping Clay en la academia que esta marca tiene en Santander. Cómo disfrutamos -más Diego y yo que Aitor, la verdad- y con qué ganas de continuar nos quedamos. Repetiremos seguro.

Para quien no conozca este material, aparentemente parece plastilina, pero en cuanto lo tomas en las manos comienzas a percibir las grandes diferencias: apenas pesa; se moldea muy fácilmente, más parecido al chicle que a la plastilina; no se hace trocitos y no mancha -¿recordáis cómo se quedan las uñas cuando trabajas con plastilina?; no es tóxico y no necesita horno para que se endurezca, simplemente hay que esperar a que el ambiente lo seque.

Hicimos unas figuras sencillas a las que aplicamos unos imanes: unas mariquitas sujetanotas que han quedado bastante convincentes. A ver qué os parece: